En
una sociedad como la nuestra, basada en una dinámica constante de
contradicciones, los seres humanos (como sujeto) se ven abocados al
caos socio-cultural y político. Los
límites entre los conceptos y sus significados son cada vez más
borrosos, mientras que el sujeto intenta concebir un mundo en el que no
hay referencias o patrones definidos a seguir. Como
reflejo de (o en forma de residuo) esta incertidumbre, una tendencia
se identifica en los círculos de jóvenes artistas, tanto plásticos como
audiovisuales, en el que la imagen (fija, en instalación o performance)
tiende a escapar de la definición, lo que resulta en un espectro de imágenes distorsinadas, que son el retrato de lo que el sociólogo Zygmunt Bauman llama "modernidad líquida".
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Hace
ya más de seis meses que, bajo la premisa previamente presentada,
realicé un comisariado auspiciado por el Distrito de las Artes de Santa
Cruz de Tenerife, recogido en un proyecto colectivo en el que conté con
muchos compañeros de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La
Laguna y de la Escuela de Actores de Canarias, de los cuáles he de
decir que, sin su colaboración, no habría sido posible ese acto de un
mes de duración llamado "Generación Difusa".
La
experiencia fue del todo positiva en términos generales. Pero lo cierto
es que nadie se dió cuenta de que, lo que realmente pretendia con
aquella exposición, era evidenciar la tendenciosa práctica plástica a la
que algunos nos vimos casi sometidos durante los cuatro años que duró
la carrera universitaria.
La
adhesión forzosa a una pos-modernidad pasada de rosca desde finales de
los años 80 del siglo pasado culminaba, al menos dentro de mi bagaje
personal, con aquella exposición que, según palabras de Ramón Salas,
profesor de la ULL, era "coherente y seria, por lo tanto, más propia de
alguien nacido en 1970. Una expo organizada por alguien de tu edad
(refiriéndose a mi) suele contar con un "half pipe" con decenas de
skaters, un DJ y un tatuador."
Ese
tipo de adhesiones ciertamente reduccionistas siempre me parecieron curiosas. Muchos de los
personajes con los que solía intercambiar opiniones daban por hecho
muchas cosas que, en realidad, salían de las mentes de otros, y que a su
vez, habian salido de otras mentes, que vivían en otros contextos (a
veces, en otras épocas), sobre todo, económicos y culturales.
España,
pero sobre todo, Canarias, se debate (lleva 30 años haciéndolo) entre
una irracional defensa de unas tradiciones que nadie menor de 60 años ha
elegido, y un enorme complejo de inferioridad con respecto a otros
estados Europeos, normalmente denominados como "potencias". Ese complejo
empuja a muchos a pensar en Canarias como si fuese Berlin o París, por
nombrar dos ejemplos de capitales culturales "reales". Pero, guste o no
guste, Canarias no es Berlin.
Ha
pasado el tiempo desde que se denominase a Canarias como "territorio
ultra-periférico", algo que parece haber incordiado a muchos. Y debería haber pasado mucho tiempo ya desde que la población de Canarias y España hubiese olvidado su falso e interesado acervo cultural, fundamentado en festividades religiosas, tradiciones, carnavales y compadrismos varios.
En resumen, últimamente me ha dado por pensar en la pos-modernidad como un saco cerrado en el que un payaso ha metido a un perro, un gato, un ratón y un pedazo de queso.
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